lunes, 1 de marzo de 2010

Patrimonio Etnológico Singular: El Recinto Ferial tuvo una concepción integral y es precursor de los actuales palacios de congresos




Metidos de lleno en un año marcado por la efeméride de la Confirmación del III Centenario de la Feria de Albacete es buen momento para detenernos en la singularidad del propio Recinto Ferial, escenario de una de las manifestaciones socioculturales que mejor define la evolución de la ciudad durante los últimos tres siglos.

El profesor de Historia y miembro del Instituto de Estudios Albacetenses, Miguel Lucas Picazo, uno de los mayores conocedores del origen, avatares y cambios experimentados en el edificio ferial, nos aporta interesantes detalles que subrayan la singularidad de la obra.
El Recinto Ferial fue erigido en un tiempo récord (las obras dieron comienzo en agosto y concluyeron en su primera fase en septiembre de 1783) y obedece al modelo arquitectónico de la época de la Ilustración. «Pese a respetar la fisonomía de las casas rurales manchegas, su diseño está concebido según los principios ilustrados. Es, ante todo, un edificio funcional, el precedente de lo que sería en la actualidad un Palacio de Congresos», aseguraba.

Con el traslado de la Feria desde la Dehesa de los Llanos a su nueva ubicación, en el viejo paraje de Santa Catalina, los antiguos porchados pasan a convertirse en arcos, puestos que desde el Ayuntamiento se ordenarán de forma similar a lo que conocemos hoy en día.

una concepción integral. Miguel Lucas ha dedicado un par de años a indagar en esta construcción y en los orígenes de la Feria de Albacete y cita, como referencia ineludible para cualquier futuro investigador, el estudio realizado por el historiador del arte español, Antonio

Bonet Correa (publicado en las actas de Congreso de Historia de Albacete), donde puede leerse lo siguiente: «En el siglo XVIII la política de la Corona y la acción municipal se desarrollaron a la par, con el fin de realizar obras urbanas de carácter público que redundasen en la mejora material de la comunidad. Economía y política inspiraron la nueva forma de entender la arquitectura y la ciudad, como órganos de felicidad colectiva. La tendencia a agrupar en un único recinto los servicios antes dispersos es propio de una época en la que el orden y la eficacia debían imperar ante todo».
«A pesar de hablarse tanto de la Feria -afirmaba Miguel Lucas-, en el Archivo Histórico Provincial existe una gran cantidad de información y documentación que hasta la fecha no se ha analizado con la suficiente profundidad, tanto por historiadores como por economistas. Sí se ha ido sacando lo más atractivo, lo más lucido: planos, cuentas, grabados..., pero hay información exhaustiva sobre contabilidad, puestos que venían, mercancías, lo que pagaban los comerciantes, etcétera, que son del máximo interés».
Miguel Lucas considera que la concepción integral del edificio ferial es una de las características más definitorias del mismo y el arquitecto, Josef Ximénez, tuvo prevista esa doble finalidad: la exposición y venta de productos y el hospedaje de los propios comerciantes, por lo que se habilitaron diversos espacios para fonda, posada o botillerías. «De hecho lo que nosotros llamamos el Rabo de la Sartén fue conocido hasta finales del siglo XIX como Carrera de la Botillería y Carrera de la Fonda», desvela.


Singulares cocinas. En el mismo plano original se detallan todas las dependencias importantes y un hecho curioso, que ha pasado bastante desapercibido, según el historiador, era la existencia de pequeñas cocinas en cada puesto, de las cuales todavía se conservan tres en la parte exterior del segundo anillo por el lado de Levante que pudimos contemplar in situ, aunque en otros arcos quedan también algunos vestigios. «Son cocinas que hoy denominaríamos minimalistas: una especie de hornacina en la pared, donde, a través de un orificio, salía la llama alimentada por carbón y sobre ella se colocaban los típicos pucheros de barro».
Lucas precisa que «el concepto de ferial que Josef Ximénez realiza es un concepto ilustrado, y planea una serie de servicios básicos: pozos, desagües, lavaderos, aljibes, cocinas... Relacionado con éstas últimas también es digno de reseñar que la práctica de los pucheros en la gastronomía manchega se sigue dando en el ámbito rural hasta la década de los 70 del pasado siglo, tanto por pastores como por jornaleros y solía cocinarse en ellos recetas clásicas como las patatas con bacalao o las judías, platos muy presentes en nuestra cocina».
Otro aspecto muy interesante del Recinto fue la proliferación de las ya mencionadas botillerías (equivalentes a las heladerías actuales), donde se servía zarzaparrilla, agua de limón o un vino aguado denominado aloja, y de los nevateros o pozos de nieve ligados a esos puestos, lugares donde se vendía hielo. «En muchos documentos municipales se alude frecuentemente a los zucreros, botilleros o nevateros, lo extraño es que estos oficios hayan desaparecido prácticamente de la memoria colectiva», afirmaba.
En este sentido, cabe apuntar que de los cerca de 200 puestos instalados a principios del pasado siglo XX, la mayoría se dedicaba a la venta de horcas, quincalla, guarnicionería, batería, medias, platerías, vinos, cuchillos, alhajas, mantas o lana, sin duda una oferta que poco sonará a las generaciones más jóvenes.

Sucesivas reformas. Preguntado por el grado de conservación del edificio, Miguel Lucas, que ha centrado buena parte de sus investigaciones en el terreno de la antropología (posee el curso DEA en esta disciplina), lo considera un tanto desigual. «Se han hecho sucesivas ampliaciones, algunas de ellas poco afortunadas, como es el caso de la reforma última de la fachada principal, donde predominaban formas clásicas, rejas y un frontón coronado por un obelisco con una estrella (el Pincho original), que estaba previsto rematar con una escultura del monarca Carlos III, algo que no llegó a materializarse».
En el centro del interior del círculo, doble anillo de viviendas y tiendas, existía un estanque que fue sustituido en 1875 por un quiosco de dos pisos, sustituido en 1912 por el actual quiosco modernista, según diseño de Daniel Rubio.
Según refiere el propio Antonio Bonet Correa en su estudio ya comentado anteriormente, el edificio primitivo fue reformado y ampliado con un nuevo anillos perimetral en 1944, proyecto de los arquitectos Ortiz y Julio Carrilero.
Cabe apuntar que la filosofía de este modelo arquitectónico se trasladó a otros edificios levantados en otras ciudades de España, como Madrid, o de Iberoamérica, todos los cuales desaparecieron durante finales del siglo XIX y en la pasada centuria, «el único que queda en pie es éste, lo que le confiere una mayor importancia si cabe», apunta Miguel Lucas.


Próxima publicación. Finalmente, el historiador y antropólogo albacetense nos adelantaba que próximamente verá la luz un libro suyo, escrito junto al cantautor Manuel Luna, sobre los grupos humanos, asociaciones y comerciantes en la Feria de Albacete, fruto de tres años de estudios.
«Nosotros defendemos la tesis de que si esta celebración ha pervivido, una vez que el comercio tradicional dejó de ser vital, es porque es la feria de la gente y de la participación. La obra se centra en los grupos, peñas, asociaciones y en el colectivo de los feriantes, no en vano se tiene constancia de la pervivencia de algunas familias desde los siglos XVIII y XIX: Picó-Llorens, los Luciano, el Laborioso, la familia Rueda o los Sirvent», concluyó.    

(Información extraida de la versión digital de La Tribuna De Albacete)
(Salvo la primera foto, el resto son de Javier Peralta)

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