Aunque es época de quedarse en casa y no salir, y aunque queda más o menos como un parto para que llegue la Feria, tenía ganas de escribiros a vosotros, mis lectores y amigos blogueros, dedicándoos un resumen de una Feria de mi Albacete cualquiera, imbuido por la inspiración o yo que se. El caso es que me apetecía escribir y publicar algo, que os tengo muy olvidado por circunstancias de la vida.
Ahí queda eso:
Había una Feria en una ciudad, una Feria distinta y apasionante. Descolocaba al turista y alegraba al autóctono. Se vivía las 24 horas, en un frenesí inigualable. Desde el niño, disfrutando las atracciones y visitando los puestos de los feriantes, pasando por el adolescente, ávido de buscar diversión, bebida y mujeres, y los que van de padres tranquilos, reposados, juntándose con los amigos, a tomar esa cervecita con gambas, esa comida con la peña, de Estofado de toro, y gazpachos manchegos en su torta, con su bota de vino pasándola y vaciándola. Ese después de comer y tomarse un café, acompañándolo con un Miguelito de la Roda, junto con esa botellica de sidra de la Mancha. Esos abuelos llevando a sus nietos a ver las vaquillas populares a las diez de la mañana, y llevándoselos después a desayunar unos churros madrileños con chocolate en el Paseo de la Feria o en el círculo del recinto.
La gente de pueblos y vecinos de provincias, que vienen y se compran su navajica, sus aperos de labranza (los pocos), y su ropa de cazador.
Calores septembrinos que auguran al otoño que se avecina, y la gente va de carnaval, unos con manga corta, otros con chaqueta, y los borrachos, que les da lo mismo.
Esas Ferias con manchegas y manchegos, con rondallas por los redondeles o en los Jardinillos, animando al público a bailar unas seguidillas, a disfrutar nuestras raíces. Esos bocadillos de calamares, o de morcilla o de guarra, grasientos y cerveceros. Esos vinos dulces que te refrescan el gaznate, que entran suaves, pero salen cabezones. Y ese viaje en la noria, desde la que ves en lo más alto, el bullicio, el hormigueo continuo de gente entrando y saliendo, riendo, bailando, hablando, cuando se puede, como un hormiguero con altavoces.
Esa tómbola de Caridad, que te regala un paquete de caramelicos de Hellín, o un bolso, o un estuche o una botella de vino., siempre que compras un boleto. Esos fotógrafos de Albacete que buscan un gesto, una imagen, que hacen que cada Feria sea recordada "in eternum", para siempre, para que quede constancia de su paso por una parte muy importante de sus vidas.
Esas visitas a la Virgen de los Llanos, y sus bailes dedicados bajo pétalos de flores, y las misas populares, a las que por ideas no asisto, pero no desprecio.
Los puesto del exterior del recinto, evanescentes por unos
días de una multiplicidad omnipresente en cada cara, vestimenta o idioma. Marroquies, paraguayos, colombianos, argentinos, franceses, guineanos, españoles, etc, vendiendo sus productos,; relojes a cinco euros, cinturones de piel y bolsos hechos a mano, regalos de baratillo, caricaturistas, peluqueros, pero no de los de antes, que eran esquiladores,y rapaban a las bestias antes de venderlas, para que estuvieran presentables, sino los que te hacen una rasta por 10 €.
Esas instituciones gozosas y ansiosas de votos, paseando bajo palio, y sonriendo para sentirse cercanos al pueblo, pero desde lo alto, que no les toquen.
Gente, mucha gente, demasiada, pero necesaria. Necesaria porque traen dinero a la ciudad, aunque más de un comerciante se queja: "ya no es lo mismo, se vende menos, hay más inspecciones....", pero que vuelven año tras año, porque les gusta, porque les salva el año, porque es la Feria.
Después, diez días más tarde, todo se acaba. Puestos vacíos y llenos de cartones, de suciedad y el viento aullando por los rincones de cada esquina, esperando cada día a que venga de nuevo la fiesta más querida de los albaceteños. La Feria de Albacete
Ya queda menos....
(Texto y fotografías de Javier Peralta )